Wednesday, June 25, 2008
Niños irritantes
El poder que conjura el poder
En ocasiones diversas he escuchado comentarios similares sobre Carla Bruni. Éstos comienzan con una descripción detallada de cada una de sus relaciones amorosas anteriores y acentúan que los enamorados de Bruni van trazando una línea ascendente hacia esferas cada vez más influyentes. Es en este momento que viene la risa “inteligente” y sardónica del narrador de la vida amorosa de Bruni. Cómplice mira a su alrededor. O simplemente lanza un comentario de cajón: "qué se puede esperar de esta mujer entonces". Me da la impresión entonces de que éste espera una reacción precisa de mí. Como si previera y exigiera al mismo tiempo el éxito de sus acotaciones: las risas, el consentimiento, las exhalaciones afirmativas.
Solo entonces siento rabia. Porque desde luego, hasta ese momento, puedo intentar creer que realmente está molesto porque respetaba a la Bruni por sus posiciones ideológicas y que al casarse con Sarkozy lo traicionó de cierta manera (aunque claramente la relación no es directa). Puedo elegir no ver que el problema de mi "narrador" es básicamente que esta mujer ha tenido diversas relaciones sexuales y que ha elegido con quien ha querido estar por su más hondo capricho o amor. Puedo elegir no ver que está implicando que es una prostituta. Y finalmente, puedo olvidar que la sexualización de la mujer es una forma de control de la mujer desde la edad media. Pero el tono humorístico final de su narración, su vista alzándose, como exigiéndome algo, me revela no sé como, que mi narrador no hace más que buscar un poquito de poder, un estatuto, aprecio. Y para hacerlo conjura el poder de la tradición: las palabras son fáciles de decir, no hay que pensar, están más a la mano que la misma memoria. Solo hay que pronunciarlas.
Entonces claro que me enfurezco; no va a esperar que yo me ría.