Thursday, December 25, 2008

Es una buena persona

El otro día estaba conversando con mi papá y mi hermana en plan crítico de cierto empresario chileno pinochetista. No tengo más reparos que los evidentes contra la persona, tampoco lo estábamos criticando encarnizadamente en el momento, estábamos simplemente haciendo una crítica general de una persona que conocimos por distintos lados. Lo que me impresionó fue esto: en un momento dado le escuché concluir a mi papá que a pesar de todo era una buena persona. Me pregunté qué lo podía hacer una buena persona, o por lo menos, a él especialmente tan buena persona, como para que fuera un atributo que se le pudiera añadir como epíteto. No se me vino nada específico a la mente. O sí. Se me vino una imagen, pero no era la de una persona especialmente proba. La conversación continuó. Mi hermana apoyó: No, si no es mala persona. No se da cuenta de lo qué es o cómo es, “esos” son inconscientes. Entonces me di cuenta que había un nexo entre ambos atributos: bondad e inconsciencia. Más allá de un acción determinada, su bondad se relacionaba más con cierta inocencia esencial. Como él no se daba cuenta de lo que hacía, era una buena persona.

Más allá de un análisis efectivo de la bondad o maldad de dichos sujetos, me llama la atención la frecuencia con que aparece la frase. El otro día la vi en el matinal, Tonka Tomicic declaraba que Leonardo Farkas era muy buena persona y muy sencillo (otra frase interesante). En todos los casos, la expresión parecería reproducir esta noción de bondad como inocencia. Lo más curioso, es que no es solo una frase que se pronuncia. Es una frase que de alguna forma se ostenta y se vive. Si se examina con cuidado o quizás con un poco de suspicacia uno se dará cuenta que la ideología de “es una buena persona” posee tanto influjo en el momento, que hay personas que incluso se “comportan” como buenas personas chilenas; es decir, ostentando su “bondad” “inocente y natural”.

Pocos, creo, discuten este concepto de bondad. Lo cierto es que la frase invita a un placebo general: pronunciarla o aceptarla implica, de alguna forma, entrar en un reino específico de perdón e indulgencia inaugurado por Jesucristo en la cruz:“Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen.”

Saturday, July 26, 2008

Hablar de Borges



Me he sentido tentada a disculparme por hablar de Borges, a excusarme porque a pesar de mis pocos conocimientos sobre el escritor incurro en esta osadía. Esa tentación es en parte de lo que quiero hablar, del “efecto Borges.”



Cada vez que un estudiante o académico cita a Borges en una conferencia o en un congreso hay casi un recogimiento respetuoso. No importa qué es lo que se diga de Borges, aunque parezca una nimiedad, la respuesta va a ser igualmente una risa cerrada celebrando el “ingenio” del escritor. Y el estudiante o académico con un respiro podrá continuar más serenamente su presentación, ya que si ésta no es tan mala, Borges será efectivo como una formula mágica: su palabra habrá creado un espacio de solaz para todos, una tregua de descanso. Porque escuchar a Borges es en parte descansar, ya que la palabra de Borges no se discute, simplemente se “disfruta”. Y no me refiero solo a que fácticamente no he visto a nadie argumentando contra el escritor, sino a que ni la mera posibilidad existe porque Borges es usado perentoriamente: de manera incontestable.



Evidentemente, los méritos de Borges –del Borges que más se conoce, del cuentista– en lograr ese efecto no son pocos. Para mi, él puede ser visto como una excepción. Si se piensa crudamente, los escritores escriben sobre su vida. Sutil o no tan sutilmente subliman su vida, respetando la distancia a la que les permite acceder su real experiencia. Borges, en cambio, tiene una forma especial de escribir. Es como si escribiera “a pesar de sus experiencias,” como si escribiera con puro virtuosismo. No me refiero solo a que no cuenta la historia de su vida, sino que a su escritura evita la experiencia en sí misma. La literatura de Borges crea su efecto al emparentarse más con el conocimiento que con la existencia.



En otras palabras, Borges logra su efecto mediante la creación de un espacio maravilloso, de otro mundo, de un mundo que pretende estar más allá de la experiencia y existir independiente de ella. El error de la academia, por lo menos el de la norteamericana, es tomar este espacio fantástico al pie de la letra y verlo como un espacio más allá del bien y del mal o como un terreno indiscutible de autorización intelectual. No por nada, según Borges, es necesario escribir como si no se supiera del todo qué es lo que sucede. La duda y la extrañeza me redimen de toda responsabilidad. Nunca soy yo el autor, aunque es mío el ingenio de invocarlo o mantenerlo a la distancia.



















Wednesday, July 2, 2008

We were the Mulvaneys






Joyce Carol Oates me recuerda a Diane Arbus en ese esmero de retratar a la sociedad norteamericana desde sus mismas mitologías, haciéndolo a la vez con amor y espíritu crítico o con amor e ironía. Su novela, We were the Mulvaneys es un ejemplo al respecto. La novela cuenta la historia de una familia, The Mulvaneys, que durante los años sesentas y setentas vivía en una granja paradisíaca en el estado de Nueva York. Los Mulvaneys eran conocidos en su pueblo como la familia perfecta: padres cristianos, hija cheer leader, hijo deportista. Todo esto hasta que violan a la hija y los padres de la familia, rechazados por este hecho por la sociedad, pierden con el relato que los sostenía; el de ser un familia americana ejemplar, su integridad moral.


Recomiendo especialmente de Joyce Carol Oates Because it’is bitter, and because it is my heart.







Wednesday, June 25, 2008

Niños irritantes

No puedo. no puedo pensar en la escené que visualicé y que es real. El hijo está de noche dolorido por el hambre y le dice a su madre: tengo hambre, mamá. Ella le responde con dulzura: duerme. Él dice: pero estoy con hambre. Ella insiste duerme. Él insiste. Ella grita dolorida: !duerme, niño molesto! Los dos se quedan en silencio en la oscuridad, inmóviles. ¿Estará dormido? -piensa ella despierta. Y él está demasiado amedrentado para quejarse. En la negra noche los dos están despiertos. Hasta que, por dolor y cansancio, ambos dormitan, en el nido de la resignación. Y yo no soporto la resignación. Ay, cómo devoro con hambre el placer de la revuelta.
Clarice Lispector

El poder que conjura el poder

En ocasiones diversas he escuchado comentarios similares sobre Carla Bruni. Éstos  comienzan con una descripción detallada de cada una de sus relaciones amorosas anteriores y acentúan que los enamorados de Bruni van trazando una línea ascendente hacia esferas cada vez más influyentes. Es en este momento que viene la risa “inteligente” y sardónica del narrador de la vida amorosa de Bruni. Cómplice mira a su alrededor. O simplemente lanza un comentario de cajón: "qué se puede esperar de esta mujer entonces". Me da la impresión entonces de que éste espera una reacción precisa de mí. Como si previera y exigiera al mismo tiempo el éxito de sus acotaciones: las risas, el consentimiento, las exhalaciones afirmativas.

Solo entonces siento rabia. Porque desde luego, hasta ese momento, puedo intentar creer que realmente está molesto porque respetaba a la Bruni por sus posiciones ideológicas y que al casarse con Sarkozy lo traicionó de cierta manera (aunque claramente la relación no es directa). Puedo elegir no ver que el problema de mi "narrador" es básicamente que esta mujer ha tenido diversas relaciones sexuales y que ha elegido con quien ha querido estar por su más hondo capricho o amor. Puedo elegir no ver que está implicando que es una prostituta. Y finalmente, puedo olvidar que la sexualización de la mujer es una forma de control de la mujer desde la edad media. Pero el tono humorístico final de su narración, su vista alzándose, como exigiéndome algo, me revela no sé como, que mi narrador no hace más que buscar un poquito de poder, un estatuto, aprecio. Y para hacerlo conjura el poder de la tradición: las palabras son fáciles de decir, no hay que pensar, están más a la mano que la misma memoria. Solo hay que pronunciarlas.

Entonces claro que me enfurezco; no va a esperar que yo me ría.