
Me he sentido tentada a disculparme por hablar de Borges, a excusarme porque a pesar de mis pocos conocimientos sobre el escritor incurro en esta osadía. Esa tentación es en parte de lo que quiero hablar, del “efecto Borges.”
Cada vez que un estudiante o académico cita a Borges en una conferencia o en un congreso hay casi un recogimiento respetuoso. No importa qué es lo que se diga de Borges, aunque parezca una nimiedad, la respuesta va a ser igualmente una risa cerrada celebrando el “ingenio” del escritor. Y el estudiante o académico con un respiro podrá continuar más serenamente su presentación, ya que si ésta no es tan mala, Borges será efectivo como una formula mágica: su palabra habrá creado un espacio de solaz para todos, una tregua de descanso. Porque escuchar a Borges es en parte descansar, ya que la palabra de Borges no se discute, simplemente se “disfruta”. Y no me refiero solo a que fácticamente no he visto a nadie argumentando contra el escritor, sino a que ni la mera posibilidad existe porque Borges es usado perentoriamente: de manera incontestable.
Evidentemente, los méritos de Borges –del Borges que más se conoce, del cuentista– en lograr ese efecto no son pocos. Para mi, él puede ser visto como una excepción. Si se piensa crudamente, los escritores escriben sobre su vida. Sutil o no tan sutilmente subliman su vida, respetando la distancia a la que les permite acceder su real experiencia. Borges, en cambio, tiene una forma especial de escribir. Es como si escribiera “a pesar de sus experiencias,” como si escribiera con puro virtuosismo. No me refiero solo a que no cuenta la historia de su vida, sino que a su escritura evita la experiencia en sí misma. La literatura de Borges crea su efecto al emparentarse más con el conocimiento que con la existencia.
En otras palabras, Borges logra su efecto mediante la creación de un espacio maravilloso, de otro mundo, de un mundo que pretende estar más allá de la experiencia y existir independiente de ella. El error de la academia, por lo menos el de la norteamericana, es tomar este espacio fantástico al pie de la letra y verlo como un espacio más allá del bien y del mal o como un terreno indiscutible de autorización intelectual. No por nada, según Borges, es necesario escribir como si no se supiera del todo qué es lo que sucede. La duda y la extrañeza me redimen de toda responsabilidad. Nunca soy yo el autor, aunque es mío el ingenio de invocarlo o mantenerlo a la distancia.